“Hay acontecimientos tan importantes, tan extraordinarios en la historia de las familias, que parece que la lengua y la pluma no se agotarían jamás de contarlos. Quienes los han vivido sienten placer al evocarlos, los demás al escuchar el relato. El tema es inagotable alrededor de una fecha misteriosa han gravitado cien años de oraciones y de sacrificios, un Adviento de cien años de deseos suplicantes. Y por fin esta fecha se escribe en letras de oro en los Archivos de nuestra querida familia religiosa.”
(Boletín de la congregación, de diciembre de 1950)
Los Anales Históricos nos hablan de las virtudes cristianas de fe, de confianza en Dios, de sumisión a su divina voluntad, de humildad, de celo y caridad, por las que se ha distinguido, y que le han merecido el título de “Beata … Bienaventurada”
SU FE.- Ella no sabía de qué manera y en qué proporciones se ejecutaría la promesa que había hecho a Jesucristo. El cuidado de todo esto se lo dejaba a Dios, confiándole el crecimiento, a su tiempo, de la semilla echada a tierra aquel 11 de noviembre…Era lo que animaba su viva gratitud a Dios por todo lo que había hecho y hacía diariamente en su favor, por las gracias especiales y cuyos efectos apreciaba.
Esta alma tan generosa, tenía un gusto, una devoción muy particular por la lectura del santo evangelio: era el alimento sólido que convenía a su espíritu vigoroso. Se veía cómo ella estaba familiarizada con el texto sagrado; jamás se separaba de este santo libro, lo llevaba continuamente con ella para leerlo y meditarlo en sus intervalos de descanso.
Un honorable eclesiástico, que la conoció en el tiempo de sus grandes tribulaciones, escribía que “cuando ella hablaba de celo, de caridad, de humildad, era el lenguaje de san Pablo” tanto la iluminaba y hacía elocuente su fe. “Su oración era muy elevada, y se puede afirmar que no perdía la presencia de Dios.” Hacer el bien al prójimo, trabajar por la gloria de Dios, era bien su única ambición
“No es la ciencia lo que les pido, es sobre todo la abnegación cristiana, la abnegación vivificada, santificada por el espíritu de fe: con esta fe fuerte y vigorosa se puede mucho, aunque no se tenga mucha instrucción”
SU CONFIANZA.- A una fe viva, nuestra madre unía una gran confianza en Dios; puede decirse que es su virtud característica, es la que atraerá más la atención de sus hijas y las miradas llenas de respetuosa veneración del instituto.
En Guayana sufrió tanto que, si no hubiera encontrado fuerza y elevación incomparables, en su confianza habitual en la paternal bondad de Dios, hubiera decaído naturalmente. La querida madre expresaba sus sentimientos, con conmovedoras exclamaciones:
“Oh Providencia, qué admirable eres para nosotras!” – “Dios realiza continuas maravillas por nuestra congregación”.
El espíritu de confianza sobrenatural que llenaba el alma de Ana María se distinguió además, por una tierna y filial confianza hacia la santísima Virgen y san José. “Lo mismo que san José es el padre, María es la madre general, y es a estas dos eminentes protecciones que debemos confiarnos”
SUMISIÓN A LA VOLUNTAD DE DIOS.- También uno de sus rasgos característicos; pues su confianza no se separó jamás de su humilde y profunda sumisión a la voluntad divina. En la Venerada Madre, esta confianza remarcable estaba unida a una disposición constante de aceptación y sumisión de su espíritu y de su corazón al buen querer de Dios. Verdaderamente, se puede decir de ella que su sumisión a la santa voluntad era admirable.
Cuando se encontraba en situaciones difíciles que podían afligirla o hacer tambalear su valor, enseguida se le escuchaba referirse con respetuosa dependencia, a la voluntad de Dios, tomar, en una palabra, su punto de apoyo en su sumisión a esta adorable voluntad. Ana María no dejaba de exclamar aun en medio de la angustia, de la tribulación: “Oh, mis queridas hijas, qué feliz soy!” y lo decía con la manos juntas y en actitud de recogimiento y oración. Expresando de esta manera su conformidad a la voluntad divina.
SU HUMILDAD.- Las grandes virtudes de fe, de confianza y de sumisión no podían existir en nuestra madre fundadora, sin estar acompañadas de la humildad. Siempre se mostraba emocionada por todo lo que Dios había hecho por ella y se juzgaba mil veces indigna de la gran misión que le había sido confiada
SU CELO Y CARIDAD.- Fueron las dos grandes y santas pasiones que llenaron su alma y ocuparon su vida. En Ana María había un gran fondo de bondad, de benevolencia, de generosidad y abnegación; y por otro lado, se sentía como devorada por el deseo de ser útil a las almas, de hacerles el bien, para gloria de Dios. Despojarse a favor de los pobres era para ella cosa fácil y ordinaria. Cuántas miserias a aliviado así, y sólo Dios sabe el secreto!
Hay que agregar que esta virtud de caridad, la hacía indulgente con los defectos de otros. Sabía comprender las debilidades y fragilidad de la naturaleza humana lo que ayudaba a inspirarle sentimientos de equidad, de paciencia y de bondad. Llamaba la atención de sus hijas sobre este aspecto, de ordinario muy descuidado: los deberes de la caridad. Insistía mucho en la necesidad de la obligación del soporte mutuo.
“Llega una edad en que las enfermedades y las limitaciones que aparecen, hacen nacer un malestar que influye en el carácter. Disculpen todo esto en las otras, como quisieran que lo hagan con ustedes.” – “Cuídense profundamente también del espíritu mortificador, inquieto y desconfiado. Si las niñas se dan cuenta de que desconfían de ellas, se volverán hipócritas y nunca las conocerán a fondo; o bien por malicia harán cosas que no se les hubiera ocurrido pensar.”
CELO Y CARIDAD, ambos sentimientos, en Ana María, se desarrollaban, se fortalecían el uno al otro. No había ni una miseria humana que no le inspirara un interés lleno de ternura y buscara consolar y socorrer.